Saturday, July 24, 2010

Editores


La mente consciente es el editor, y la mente subconsciente es el escritor —David Mamet



Recuerdo cuando permití que Ariadna fungiera como editora de mis emails. Esto empezó inocentemente, como muchas cosas en la vida.

Se había dado una cadena de emails entre familia, comentarios acerca de una reunión eminente. Quién llevaría el hielo, las sodas, el pastel, la televisión. Cuando vio que yo respondía a la cadena, me comentó que mis palabras no estaban a la altura de su familia.

—Suena muy raquítico —dijo, alzando la ceja como boxeadora o witchie.

Se puso a mi lado, como lo hace una persona que da consejos de manejo al conductor, desde el asiento de atrás, y comenzó a editarme.

Habiendo acabado el experimento de escribir un email a dos manos, —algo muy placentero—, envié mi email falso a los familiares: mis palabras, firmadas con mi nombre, pero con las ideas de ella. La idea de ‘unión conyugal’, nunca tan real.

—Así está mejor —dijo, y se retiró de mi estudio para ir a fumar afuera.

Ya después, esta práctica se hizo evidente en otras cuestiones más literarias, aunque escribir un email siempre fue literario.

Por ejemplo, por medio de unas amistades de Facebook, le dijeron que yo escribía en El Zorro. Leyendo mis entregas pasadas, parada a mi lado, como lo hace un editor con uno de sus redactores privilegiados, indicó que mis letras no estaban a la altura.

—Suena muy raquítico —dijo, alzando la ceja como boxeadora o witchie.

Fue así como se ofreció a ser mi editora, sin pago a cambio o compensaciones de ningún tipo, todo muy altruista.

—Tengo unas ideas —dijo—. Siempre tuve buenas ideas, desde que estudiaba en la UABC, y quería ser editora. Pero luego me casé y las cosas cambian, como muchas cosas en la vida.

Le asigné un espacio en mi home office. A mi lado coloqué una silla igual a la mía (la tuve que comprar en la misma tienda de San Diego, Office Depot, esa era su condición). Eso sí, no la dejé fumar adentro. El vicio afuera. El incienso adentro.

Sentada a mi lado —después de haber fumado afuera—, en su silla de Home Depot, y con una destreza admirable, me fue dictando palabra por palabra, tal y como yo lo hubiera escrito, como yo lo hubiera imaginado.

No comments:

Post a Comment

Followers